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Libro / Palabras vivas


Oraliteratura de indígenas de Colombia, antología de Manuel Rocha.
Por Carlos Barreiro Ortiz


El autor de este libro exhibe una experiencia académica poco usual: profesional de Estudios literarios en la Universidad Javeriana en donde abrió el curso Literaturas indígenas en al año 2002, maestría en Antropología e Historia de los Andes obtenida en el Centro Bartolomé de las Casas de Cuzco en Perú, becas del Instituto Caro y Cuervo y del Ministerio de Cultura para investigaciones en literatura. Además de los cuatro libros publicados, Manuel Rocha Vivas prepara una antología multilingüe de literatura actual indígena en Colombia y continúa con su actividad de diálogo intercultural. Rocha obtuvo en el año 2009 el premio Ciudad de Bogotá por el libro Palabras mayores, palabras vivas (Tradiciones mítico-literarias y escritores indígenas en Colombia), que presentó este año la Fundación Gilberto Alzate Avendaño en la Feria del libro de Bogotá, ante un público poco informado acerca del auge que mantiene las ediciones de autores indígenas en el país.

Este movimiento que tiene sus mejores referencias en México y en los países del cono sur, se hace visible en Colombia a través de autorizadas voces de indígenas que en la década final del siglo XX han inscrito su nombre en festivales, seminarios, encuentros y concursos literarios. Fue necesario que transcurrieran más cinco centurias para que los escritores indígenas ampliaran su comunicación hacia públicos externos a su entorno geográfico y cultural a través de lo que hoy se llama oraliteratura. La escritura fonética europea - escribe Rocha- irrumpió en el continente como un acto de dar fe en el proceso de validar los hechos. En consecuencia, se esgrimió como arma para suplantar la veracidad de la expresión oral como actitud que ilustra la raíz arbitraria de las sociedades modernas.

A la desconfianza por aquello que se dice se opuso entonces la "hiperdependencia de la escritura". Las voces particulares fueron silenciadas y la escritura fue utilizada como arma de dominio cultural. Aunque el predominio de la escritura ha sido sobre todo violento, los indígenas de generaciones actuales decidieron sumarse a ella para escribirle a su gente y a su mundo y, al mismo tiempo - anota el autor- para promover el significado de la oralidad literaria en el plano del diálogo entre culturas. Freddy Chikangana, yakuta del Cauca, confiesa que comenzó a escribir como respuesta al silencio y al marginamiento. Su primera etapa poética está marcada por aquello que él llama escribir "en verso ajeno" ("...que algo digan las palomas/ desde sus ensangrentados nidos;/ yo/ hijo de tierras ancestrales;/ no tengo nada qué decir...")

Los poemas de Hugo Jamioy Jugibioy recurren con frecuencia a la inusitada imagen de de escribir con los pies "para tus pasos nunca sean ciegos". Su palabra hace resonar la voz de sus mayores, los chumbes de colores que envuelven la cintura de las mujeres camentsá como fajas o serpientes: Durante años/ he caminado buscándome;/ cómo voy a encontrarme/ si los lugares/ donde escarbé/ están fuera de mi tierra?...

El vocablo oraliteratura parece afirmarse en la región andina desde Chile hasta Colombia en donde las familias se reúnen para cocinar y contar historias en torno al fogón. Esos relatos son los que pueblan los textos de los escritores de la casta wayúu en donde las rancherías están siendo rotuladas con nombres bíblicos de cosecha protestante.

Los cuentos cerreros de Esthercilia Simanca Pushaina se expresan en elaborados monólogos interiores, para hablarnos de princesas wayúu sin castillos, de ritos y encierros de pubertad, de arañas que se vuelven doncellas en una dimensión crítica de los sueños ancestrales de su raza. En sus cuentos, la sutileza de los choques con alijunas es evidente. En Daño emergente, lucro cesante, el dueño del burro atropellado por el tren de El Cerrejón reclama sus derechos. El tono es irónico en medio de la atmósfera de muerte. Simanca amplía la visión de Antonio Joaquín López que expresa la identidad múltiple wayúu en la novela Los dolores de una raza (1956). Herencia que se conjuga en el libro Encuentros en los senderos de Abya Yala de Miguel Angel López premiado en el 2000 en el Concurso Casa de las Américas de Cuba, que refiere con empeño poético sus encuentros con poetas indígenas del Continente. En su libro anterior, Contrabandeo sueños con alijunas, 1992), López revela los elementos misteriosos de su tierra: Máa, la tierra, sueña/ con la humedad de tus pasos... En la tercera sección del libro Rocha obliga al lector a mirar en retrospectiva. Allí menciona las críticas de Jorge Isaacs a la actitud de la Iglesia consignadas en su Estudio sobre las tribus indígenas del Estado del Magdalena publicado en 1884, la novela Un asilo en la Goajira, 1879, de Priscila Herrera cuñada de Rafael Núñez, nos recuerda la novela Cuatro años a bordo de mí mismo de Eduardo Zalamea editada en 1934 (que bien podría haber sido ilustrada con las luminosas telas de Lucy Tejada pintadas desde finales de 1949) o el compilado de etnoliteratura de Alberto Juajibioy (Relatos ancestrales del folclor camentsá, 1989).

Las actuales oraliteraturas indígenas americanas no se escriben para ampliar la imagen etnográfica del mundo afirma Rocha. Todas ellas provienen de palabras mayores que tienen sus raíces en orígenes colectivos particulares de donde surgen las potencialidades de comunicación intercultural política e ideológica. Así, la acción de renombrarse y reconectarse es, en forma literal, un proceso de descolonización. A todos estos nuevos perfiles literarios se unen cada vez más otros nombres sonoros: Vicenta María Siosi, Ramón Páez Ipuana, Berichá, Miguel Ángel Jusayú, Alberto Juajibioy Chindoy, Benjamín Jacanamijoy. Hugo Jamioy en su libro Danzantes del viento, 2005, revela la fuerza de las palabras mayores como eje de creación, pues "luego, bonito debes hablar,/ ahora ya mismo,/ bonito debes empezar a hacer". Desde sus raíces todos ellos nos hablan y escriben con palabras vivas.

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